sábado, 28 de noviembre de 2015

De la música congelada (1/2)

Mandelbulb (by Softologyblog)

He tomado una dosis presuntamente baja de LSD con la intención más o menos imprecisa, más o menos pretenciosa, de experimentar su interacción con la música, a través de mi cuerpo, tumbado en la cama con los ojos cerrados y a oscuras.

Estómago vacío.
Cortinas echadas.
Teléfono móvil y ordenador completamente apagados.
Una lista de reproducción con música preparada en orden aleatorio.
En la mesita de noche una vela encendida y un vaso de agua con rodajas de pepino.

Mientras la sustancia comienza a trabajar, en silencio, sin prisas, friego los platos.
Recojo un poco la casa. Los motores van arrancando dulcemente.

Afuera nieva, furiosamente.

Adentro bendigo el calor del suelo radiante.

Más adentro todavía, como miel en un vaso de leche caliente, mi corazón y el presente
se están fundiendo amablemente.

Debe de haber pasado más o menos una hora cuando vuelvo de la cocina y miro la silla en la que llevo años sentándome, tiene algo extraño. La contemplo durante tres o cuatro minutos, no me resulta familiar como de costumbre. Sus proporciones tienen algo grotesco. Su presencia en la habitación es inquietante, no sé si cómica o aterradora.

A excepción de la apariencia de la silla y las sutiles sensaciones corporales habituales no percibo más efectos. Ninguna alteración en la visión. Pienso que quizá la dosis haya sido excesivamente baja. Sin esperar demasiado apago la luz. Me tumbo en la cama. Apago la vela. Auriculares. Cierro los ojos. Completa oscuridad. Enciendo la música.

Al mismo tiempo que comienza a sonar el piano de los primeros compases de "Kozmic Blues" mi visión se inunda con formas vegetales, brutalmente convincentes. Subo el volumen. Entra la batería y con la misma credibilidad aparecen primero piedras, y luego rocas, entre la vegetación.

Cuando todavía estoy empezando a asimilar el impacto que esto me ha producido, entran las guitarras y el bajo, haciendo que ante mis ojos crezcan árboles, en tiempo real. Sólo han pasado diez segundos y estoy en medio de un bosque generado con elementos que se corresponden con la música (esto lo voy comprendiendo a duras penas sobre la marcha) y que por tanto se transforman por momentos al mismo tiempo que ésta.

La voz de Janis es casi imperceptible. Puedo sentirla chafada, sin relieve, como en el suelo.

No me lo puedo creer... la música es, literalmente, tridimensional. De un modo que nunca podría haber sospechado...

Me doy cuenta de que hasta este instante he concebido la música como algo plano, sin saberlo, creyendo que ese era todo su potencial volumétrico. Que profundizar en la música era cuestión de ahondar mental y sentimentalmente en ella. Pero no estaba preparado para una revolución perceptiva de esta dimensión, de modo que sólo puedo rendirme ante la experiencia. Su nivel de realismo espacial es equiparable al de mi estado de conciencia ordinario, pero esto es extraordinario. ¿Cómo es que nadie, nunca, me habló de esto? No hay donde (ni porqué) esconderse. Como si estuviera andado por la calle puedo moverme libremente, a voluntad, por el bosque sonoro que observo transformándose ante mí.

Una vez comprendido esto empiezo a mirar a mi alrededor, en todas direcciones. No hay tregua. Aunque puedo oír muchos más sonidos que de costumbre, no puedo oírlos todos a la vez, como no puedo mirar en todas direcciones al mismo tiempo. Y en cualquier punto al que mire está sucediendo todo un festival de mutaciones encadenadas tan armónicamente como la propia música que representan. Puedo comprender la música por su forma, por su volumen, aunque me resulte imposible retener los detalles.

Comienzo a apreciar que el propio terreno donde está sucediendo todo esto no es plano. Hay zonas deprimidas y zonas elevadas, hay zonas iluminadas y zonas oscuras, zonas con vegetación más densa y zonas más despejadas. Me doy cuenta de que estoy en un sendero, un camino trillado. Pero quién lo ha trillado? ¿Cuánto tiempo lleva este territorio aquí? ¿Qué locura es esta?

Por si no tengo suficiente, en la esquina superior derecha de mi campo de visión puedo ver el bosque en el que me encuentro a vista de pájaro (concretamente un esquema en perspectiva axonométrica), como si fuera un videojuego. Puedo ver simultáneamente a pie de bosque y desde arriba el punto donde me encuentro, el camino trillado al sol y una zona de bosque más denso en sombra.

(Al describir esta forma de navegación podría parecer difícil, pero mientras lo he vivido me ha resultado muy sencillo y natural operar al mismo tiempo con la visión a pie de bosque y la visión a vista de pájaro. De hecho he podido utilizar la segunda para navegar en la primera. Pero ha llegado un momento en que he perdido la visión de pájaro y, literalmente, me he perdido en el bosque de sonido al adentrarme en él. Tanto es así que apenas podía reconocer trazas de la canción... no sabía ni en qué parte de la canción estaba, ni cuánto tiempo llevaba dentro, ni cuánto faltaba para que acabara. La fascinación, la curiosidad y la intrepidez han vencido la incredulidad inicial.)

Una voz me ha susurrado: "¿Ves? Este sendero es por donde tú recorres siempre la canción. Siempre por el mismo sitio, fijándote en las mismas cosas. Y no está mal. Pero esto es un bosque mucho más complejo. Sal del sendero, adéntrate del todo en la canción".

Y eso es justamente lo que he hecho, abandonar el sendero y dirigirme campo a través al corazón del bosque. A medida que me alejaba del camino trillado he comenzado a oír nuevos sonidos en los que nunca antes había reparado: guitarras rugiendo, gemidos, soplidos, respiraciones, golpes de baqueta, cuerdas tensándose... que más allá de ser fenómenos estéticamente sublimes inadvertidos antes por mí, ahora conseguían hacerme llegar lo que yo he sentido como la esencia de su condición material, del lugar, del momento y de la intención que los generó.

Las trompetas... ("Dios mío... a ver qué van a hacer las trompetas..." me digo riendo nerviosamente a carcajadas...) dibujan algo así como lianas que cruzan el cielo, por encima de los árboles, como serpentinas vegetales de varios colores. El bosque es una fiesta antonomásica donde se celebra la música y la vida.

La voz de Janis, que permanecía semitransparente en segundo plano, de repente se hincha y se eleva, justo para que yo pueda distinguir clarísimamente cuando dice "I say you are gonna live you life, and you are gonna love your life...". Esto me hace sentir como si el pecho se me abriera para recibir su mensaje directamente, de corazón a corazón, sin filtro, como si ella me lo estuviera diciendo a mí a la cara, a un palmo de distancia, gritándome, mirándome a los ojos desesperada, mientras me coge de los hombros y me sacude para despertarme de un sueño en el que recaigo cada vez que me relajo porque olvido la maravilla, el honor y el privilegio que supone estar vivo en cada instante.

Tras esto el bosque ha desaparecido y comienzo a llorar y reír al mismo tiempo como nunca, absoluta mente nunca antes, por todo y por nada, de alegría y de pena, de placer y de dolor, 
por mí y por ti, por la vida y por la muerte. Ahora ya no hay bosque y surco un espacio abstracto a la velocidad del sonido de la música que nos está transportando.

La batería es el chasis del vehículo sobre el cual atravieso el espacio exterior. El bajo y las guitarras son la carcasa de cuerdas vocales que se va deformando elásticamente para hablarme sin palabras del universo a escala macro y micro al mismo tiempo. Los gritos de Janis suenan a orgasmo cósmico. Las trompetas son cometas que me acompañan a lado y lado, casi puedo tocarlas. Y entonces, cuando siento que ya no puedo más, que me voy a fundir o desintegrar (y que no me importa) si esto va a más, el volumen empieza a decrecer y con él se va apagando la escena de forma tan precipitada como liberadora. Se hace un silencio arrasador.

Abro los ojos y todo desaparece de mi vista inmediatamente. Necesito parar en seco y canalizar toda esta intensidad, mis sentidos están desbordados... Me siento incapaz de escuchar otra canción del tirón. Necesito silencio. Me quito los auriculares eléctricamente de un impulso, como si quemaran. Siento como si mis ojos hubieran estado mirando un fuego sagrado o una luz primaria durante años... como si necesitara descansar un par de siglos. Estoy desorientado espacialmente, ardiendo el pecho y la cabeza, congelado el resto del cuerpo, temblando, empapado en lágrimas en un lugar más allá de la emoción, hundido en una certeza tan profunda como incomprensible que al mismo tiempo me hace flotar.